La Mina, el bar más longevo y más auténtico de Laciana celebra medio siglo

Servando y su esposa María sirviendo vino en el bar 'La Mina' de Villablino.

Luis Álvarez

No son tiempos, estos del nuevo milenio, de muchas permanencias y continuidad en los negocios. Todo es cambiante, la globalización y la posmodernidad devoran y engullen lo clásico, a lo que incluso le cambian el nombre: ahora se dice vintage. Expulsando de la vida cotidiana las cosas de antaño, relegándolas solo a un mundo de nostálgicos coleccionistas.

Por ese motivo es una gran satisfacción para los que ya no pueden cumplir los sesenta, comprobar que, pese a ese mundo voraz que nos envuelve, aún quedan pequeñas cosas, detalles, resquicios a los que aferrarse para echar una ojeada por la puerta de atrás a esos tiempos de antes, de la infancia y la juventud.

Ese resquicio, es el que ofrece el bar La Mina de Villablino, que este sábado celebra los cincuenta años de los nuevos propietarios. Por él ya han pasado dos generaciones de la familia Fernández Fernández. Primero el padre, Servando, desde que cogió el traspaso de su creador, Jesús (Chuso) García Pérez, el 12 de abril de 1975. Y después dos de sus hijos Benito y Adela (Deli), que aún lo regentan.

Intrahistoria de una creación

El bar lo abrió Chuso el día de San Roque de 1964, hace 61 años. Era un extrabajador de la mina afectado de silicosis, una persona muy singular, siempre de buen humor y muy bromista. También trabajó como pescadero con una moto isocarro recorriendo la comarca, como lo que hoy sería un autónomo.

Cuando dejó el bar La Mina, “fue empujado por la familia”, comenta Benito. Pensaban “que con la edad que tenía y la silicosis era mejor que dejase ya de trabajar”. Pero no fueron capaces a retirarlo de ese mundo de los 'chigres'. Y cuatro o cinco años más tarde “montó otro bar 'La Cabaña de Plixié', a donde fue él quien llevó e involucró a la familia”.

Plixié fue un sobrenombre que le pusieron los clientes y que él aceptó sin reparos y como siempre con buen humor. Unos clientes emigrantes en Bélgica que venían por los veranos, cuando pedían algo le decían, “mesié, por favor”. A él le hizo gracia lo de mesié, y lo agrandó con su peculiar francés repitiendo, “plixié, mesié, pitiminié”. Y ahí se generó el apodo.

Cuando Servando cogió el traspaso del bar en 1975, acababa de regresar de ocho años de emigración en Holanda, donde trabajó en una fábrica de conservas de carne. “Hacían todo el proceso, desde matar los cerdos, despiezarlos, deshuesarlos, hasta envasar la carne”, comenta su hijo, “sacrificaban 2.000 cerdos diarios”.

Una emigración a la que lo llevaron en los años 60 los bajos sueldos de la minería en Laciana en la que trabajaba y que, por aquellos años, a tantos lacianiegos empujó hacia Centroeuropa (Bélgica, Holanda, Alemania, Francia o Suiza) y en España los destinos fueron Madrid, Vascongadas y Cataluña.

Como el bar estaba “en el edificio que hizo mi abuelo, del que me pusieron el nombre, en 1943”, al saber que lo dejaban, “mi padre nos comentó en casa qué nos parecía coger el bar. Él estaba pensando en marcharse para Madrid donde un hermano le había conseguido trabajo”. La decisión se hizo efectiva. Y Benito, con 16 años entonces, asumió con su padre y el resto de la familia el reto.

Ahora, cincuenta años después, recuerda que “casualmente aquel 12 de abril de 1975 también era sábado”. Y tiene asumido que se jubilará en el bar, “quizá espere a que mi hermana también alcance la edad de jubilación en cuatro años más”.

Más de sesenta años después de su apertura, el bar La Mina en Villablino, se ha convertido en el negocio activo más longevo de la comarca de Laciana y pocas modificaciones ha sufrido desde aquel San Roque de 1964.

Ampliación del local, con la creación de un pequeño comedor. Adecuación de baños y cocina a las exigencias legales actuales, cambio de la registradora y eliminación del pequeño canal construido en la parte interior del mostrador, siempre con agua corriente, que se utilizaba para enjuagar y lavar los vasos en que se servía a los clientes. Y que las medidas sanitarias impuestas actualmente no permitirían su utilización.

Ese canal de lavado es una muestra más de la originalidad e inventiva de quien ideó el negocio, de un rústico y sencillo decorado solo complementado con la infinidad de afiches, fotografías, banderines, bufandas, billetes, monedas, pegatinas y múltiples objetos que los clientes han ido aportando y pegando o clavando en los postes y trabancas de madera, de la mina simulada.

Como todo es sencillo en este lugar. Benito y Deli han preparado una pequeña fiesta de celebración, sin alharacas. Y a partir de las ocho de la tarde del sábado ofrecerán a los asistentes una paella y jamón, como añagaza para burlar a la gula, y algo de música con Leti y su acordeón, para deleite del oído. Un buen lugar para entretener el atardecer de este día 12 de abril.

Etiquetas
stats